Alfonso Matheus (Barquisimeto, 1996). Un realista existencialmente surrealista. Su obra literaria está en su totalidad inédita, la mayoría son de primera mano; prefiere el cuento y la poesía. Admira el arte logrado por los artistas apasionados."El surrealismo es una fuente inagotable de realismo sin razonamiento".
@CulturandoLara Twitter: @AlfonsoMatheus2 Instagram: @alfonsomatheus |
LA PARÁBOLA DE LA NIÑA
La niña solía jugar con los granos
de caraotas, siempre los sacaba de sus sacos, los contaba, les extraía con
prejuicio los sucios y los devolvía a su lugar, luego repetía, respetando cada
paso, el proceso… eso, solo eso, era lo que hacía la niña para divertirse en
aquel campo extraviado en los mapas del país, en el cual no había radios, ni
libros, ni colores, ni lápices, ni juguetes y mucho menos televisores. Ya los
campesinos habían olvidado quién había sido el último habitante con capacidad
de leer, que suponían ellos, era el responsable de que hablaran «el español machucáo».
En ese campo sin nombre se comía caraotas (y a veces con queso) todos los días, pues los míseros sembradíos solo daban milagrosamente excelentes granos de caraotas negras. Y las cinco vacas flacas que compartían entre los diecisiete habitantes, cuando no estaban rebeldes, le permitían sacar la cantidad necesaria para dos quilos de queso. En medio de aquella monotonía la niña seguía jugando con los granos de caraotas: los sacaba, los contaba, los limpiaba con prejuicio, los devolvía a su lugar y repetía a diario el proceso. La madre de la niña sacó un día unos granos para cocinar, se alarmó, pues entre la negra textura de las caraotas consiguió una criaturita verde muy peluda, no tenía ojos, ni extremidades… pero se movía lentamente entre los granos. Los botó y fue por más, en ese lote consiguió la misma criaturita (esta vez eran dos) se multiplicaban. En las cuatro chozas pasaba lo mismo, las mujeres cuando iban a cocinar se conseguían con estas criaturas vivientes que ahora les parecían repugnantes. Llegaron a ser tantas criaturitas que nadie más comió por un tiempo. Estaban desvanecidos, delirando y muchos al borde de la muerte pero no se atrevían a comer aquellos «granos malditos», que según la tertulia cotidiana era «un castigo de Dios». ¿Cómo sabían aquellos campesinos, invisibles para el mundo, quién es Dios? La niña a escondida seguía jugando con los granos de caraotas, sabía que había criaturitas verdes alimentándose de la comida de los campesinos pero no le importó, ella no necesitaba comer caraotas porque aún estaba en edad de tragar tierra, y solía hacerlo. Se hizo amiga de las criaturitas, les hablaba como si le entendieran, incluso se reía a carcajadas… Una de las mujeres, ya casi demacrada, la vio una vez divirtiéndose en el cuarto de los granos y comenzó a decir entre los campesinos que la maldición era culpa de la niña, «es una enviada de Lucifer». ¿Cómo sabían aquellos campesinos quién es Lucifer? Decidieron entre todos los hombres construir, en una montaña, lejos de ellos, un cuarto para los granos, allí encerraron a la niña con suficiente agua. A ella no le importó pues se divertía con las criaturitas verdes y peludas. Mientras dormía, uno de los sacos se volteó y comenzaron a caer los granos como tenues gotas de agua, uno de ellos entró en el oído de la niña. Amaneció, salió del cuarto a hacer contacto con el sol, cuando llovía se bañaba, y así, una noche, cuando la niña acariciaba su rostro sintió una matita que brotaba de su oído, a ella no le asustó, solo le pareció gracioso; a diario la regaba y la sacaba al sol… un día cuando los campesinos ya habían matado a las cinco vacas flacas, chupado todos los huesos, tomado todo el agua, sin ningún maná a la vista, vieron a lo lejos, emanando de una montaña, una mata gigante de caraotas. Los hombres se acercaron y vieron que salía de la casa en la que hace algunos meses habían abandonado a la niña con los granos malditos. Abrieron la puerta, el tallo salía del oído de la pequeña, ella dormía tal cual ángel celestial y las criaturitas verdes abrían paso en el techo para que los rayos del sol entraran al lugar. «¡Estamos salvados!». por: Alfonso Matheus Rodríguez |
Seamos la utopía que nadie ha sido…Sería una utopía pensar
tenerte, sola, para mí.
Una utopía pensar en ti y en mí, en un remoto lugar. Una utopía creer que puedes pensar en mí, que pueda existir un nosotros y un fuimos… Otra utopía sería poder volar, sí, sobre las nubes, así como los aviones y las aves. Más como las aves, pues ellas andan por allí, de aquí para allá, cómo unas rebeldes anarquistas, riéndose con su canto de la sociedad. Te invito, te invito a que volemos juntos, que seamos uno, una sola vida, un solo canto, un solo espacio, una sola estrella. Seríamos una pareja perfectamente imperfecta, viviendo muy poco de la realidad y mucho de la utopía. La utopía, que rara palabra, mucho se cuenta de ella, pero realmente ¿Para qué sirve? Yo no lo sé pero Galeano si: “La utopía está en el horizonte, yo se muy bien que nunca la alcanzaré, que si yo, camino diez pasos ella se alejará diez pasos. Mientras más la busque, menos la encontraré porque ella se aleja a medida que yo me acerco, entonces… ¿para qué sirve la utopía? Para caminar.” Seamos una utopía, caminemos caminemos en el horizonte, perdidos, buscándonos, acercándonos, siempre caminando en busca de la felicidad, en busca del nosotros, del por ahora, del para siempre, del seremos, del fuimos. Ya no importa el tiempo, sino que estemos juntos haciendo algo o mejor siendo algo: siendo una utopía, una verdadera; una utopía que nadie ha sido antes. por: Alfonso Matheus |